SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



miércoles, 17 de enero de 2018

Propuestas de ingenieros agrónomos ante el desertificado de los campos frente al cultivo de SOJA, debido también a las malas prácticas agrícolas y el excesivo uso de herbicidas.

Semilla milagrosa, planta del averno, catapulta productiva y económica o, simplemente, soja. ¿Esa máquina que genera divisas, la misma que puso de pie nuestra economía y que sacó de las tinieblas al sistema agrícola, es un yuyo malo? Hay muchas miradas posibles, aunque los ingenieros agrónomos que se especializan en el boom de esta leguminosa creen que no hay que demonizar a la semilla, sino que se debe utilizar de manera adecuada.

El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y otras entidades privadas tomaron nota del avance voraz de esta mina de oro verde: en en el ciclo 2002 la soja ocupaba 12,6 millones de hectáreas, mientras que en los últimos años fue de 20 millones, casi el 60% de la superficie que la Argentina tiene disponible para cultivos. Los motivos de este crecimiento son algo conocidos: hace una década la tonelada de soja valía unos 200 dólares, en la actualidad oscila entre U$S 400 y 500; se adapta con gran flexibilidad a distintos tipos de climas y suelos y los productores pueden guardar su producción. 

Eso sí, si se abusa hay consecuencias: la soja extrae del suelo minerales esenciales y no los repone, es decir, debilita nuestro mejor patrimonio, la tierra. Además, debido al boom de la soja transgénica el aumento considerable del herbicida glifosato provocó la reacción de la comunidad ambientalista porque su uso descontrolado puede ser nocivo para los distintos microorganismos.
Todas las dependencias del INTA del país buscan desde la vocación por la agronomía encontrar soluciones para que la agricultura siga siendo rentable sin que destruya el suelo. Los técnicos coinciden en que la soja tiene un excelente desarrollo productivo, aunque es mal utilizada. 

“La soja no es un demonio, al contrario, es excelente, pero si te dedicás al monocultivo estamos ante un serio problema”, dice el ingeniero agrónomo Roberto Casas, que fue director del Centro de Recursos Naturales del INTA y también del Instituto de Suelos del mismo organismo y que, en la actualidad, prepara junto a otros 100 ingenieros un libro que tendrá la información del estado de los suelos del país.
“Históricamente se utilizaba un sistema mixto en agricultura: se sembraba trigo, maíz, sorgo, girasol seguido de un período en base a la ganadería. Había rotación. Hoy todo es soja, la extracción de nutrientes se agudiza y, lo que es más grave, deja muy poco rastrojo sobre el suelo, que queda muy expuesto a la acción erosiva de la lluvia y los vientos. Pierde carbono, materia orgánica, envejece. Los ingenieros sabemos que la Argentina puede mejorar su techo productivo, pero con otro mecanismo: hay que utilizar un buen paquete de medidas, como la rotación y la reposición de nutrientes”, propone Casas.}

Un estudio realizado por el INTA Casilda, donde se originó el primer ensayo de soja en 1958, arrojó una cifra alarmante: cada 40.000 toneladas de soja, el suelo pierde 8.700 toneladas de nutrientes naturales (nitrógeno, fósforo, azufre, potasio y magnesio), de los cuales sólo se repone el 37% con fertilizantes. El titular de este organismo santafesino, el Ing. Fernando Martínez, también le apunta a la mala utilización del terreno: “Hay una explotación del suelo, no un uso. Explotar es destruir, por eso los técnicos proponemos pasar de la explotación a la conservación. Y eso se logra con rotación. El problema acá es histórico: sólo importa la renta. Para tener 4.000 kilos de soja, en la Argentina se gastan 180 dólares por hectárea, en EE.UU. 800 y en Brasil 1.000, es una bendición la soja para nosotros, pero no invertimos nada. El monocultivo, sea de soja u otra semilla, nunca es bueno. Hay que tener otros modelos productivos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario