SOCIEDAD Y CULTURA

Revista El Magazín de Merlo, Buenos Aires, Argentina.



martes, 29 de marzo de 2016

¿Existe el DUELO por un AMOR perdido? Los invito a esta lectura de otoño de la cual solo se salvaron quienes nunca amaron.

Al principio del proceso amoroso se idealiza al otro hasta tal punto que la decepción, aunque sea pequeña, resulta inevitable. Nadie es capaz de cumplir las expectativas de los inicios. Todos caemos tarde o temprano del pedestal. Esa caída siempre se vive con dolor, pero también es posible que contenga aspectos buenos de los que podemos aprender.¿Nos enseña algo? ¿Nos hace más fuertes?

 Ya que resulta inevitable, deberíamos obtener algún partido de ella.  Si bien es cierto que la desilusión amorosa la vive cada persona a su manera, también lo es que gestionar el dolor de una ruptura conlleva un proceso que hay que atravesar cuando se sufre la pérdida de alguien a quien amamos. Este periplo puede convertirse en un renacer y para ello tendrá que concederse tiempo, no reprimir las lágrimas, dejar estallar la ira y hacerse responsable, que no es lo mismo que culparse, de la participación que se ha tenido en la ruptura. 

En primer lugar, hay que concederse tiempo. Con frecuencia, las personas cercanas aconsejan pasar página rápidamente.  Sin embargo, una ruptura requiere una digestión lenta. Se ha perdido a la persona en la que se tenían puestos ideales, sueños, proyectos... Estamos obligadas a una readaptación. Cuando se ama y se es amado, se alimenta la autoestima. Cuando vivimos en pareja, nos abrimos al otro, damos y recibimos. La pareja y la relación ocupan un espacio que se derrumba con la ruptura. Sobre todo para aquellas personas que solo se veían en el espejo que el otro les proporcionaba.  Tenemos que buscar la protección adecuada y cuidarnos. Es preferible no frecuentar parejas felices que recuerden lo que no se tiene. 

La experiencia se encuentra todavía muy próxima. Cuando se vive un duelo, el aislamiento temporal favorece la evolución del psiquismo y la adaptación a la nueva situación. Los familiares pueden atribuirse la misión de sostener nuestra tristeza, pero nada garantiza que lo hagan bien, sobre todo cuando citan sus propias experiencias.   En el contexto del padecimiento amoroso, no son las palabras del entorno las que ayudan, sino más bien la capacidad de mostrar empatía, afecto, amistad. También hay que atreverse a tener miedo. Miedo de no volver a amar, pero también miedo a volver a hacerlo. Se teme lo peor y lo mejor. 

Estos miedos señalan que la historia anterior se está cerrando y que el futuro se abre. Es también el momento en que se piensa en el pasado con nostalgia, pues ya no es necesario odiar a quien se amó. Activar el desapego y reconocer que esa aventura fue bella implica no tirar al cubo de la basura lo que nos constituye: nuestras elecciones, sueños y deseos.

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